jueves, 3 de enero de 2013

El Origen



La escritura es como empezar a soñar. Te plantas en un lugar y en un tiempo sin recordar cómo has llegado allí. Y te dejas llevar. Es tu mente la que controla la historia pero es libre de crear a su antojo, sin control. Y todo parece tan real. El sinsentido es parte de ti. No importa a dónde vas, con quien vas, los personajes que te rodean evolucionan o transmutan en otras personas según le convenga a tus sueños. Y sigues soñando, sigues escribiendo. Todo fluye, no hay que mirar atrás, ya llegará el turno de la revisión. Simplemente disfrutas, sufres, te emocionas. Todo aquello que nunca harías en la vida real, no es que puedas hacerlo, simplemente lo haces. Avanzas, pierdes la noción del tiempo, tus sentidos menguan o se intensifican para ayudarte en el trayecto. Olores que recuerdas como canciones que no puedes ver, pero si saborear con las manos. Y tocas para moldear. Y la historia fluye. Los sueños nacen de nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de recuerdos que encarcelamos en lo más profundo; ya sean buenos o malos. Ahí quedan expectantes como la colilla incandescente esperando una pizca de viento juguetón, un baile que prende la llama que inicia la marcha. Escribir y soñar. Soñar y viajar. ¿Dónde está el límite? Solo uno mismo lo sabe. La cuestión es no preguntarse por él. Vivir con él. Agrandarlo día a día, noche a noche, palabra a palabra, sueño a sueño… No busques un final, el final es inevitable, y llegará. No hay que obsesionarse con el final. Es como el principio de un sueño y de este escrito. No sabes de dónde has venido ni a dónde vas. Carece de importancia una vez estás inmerso. Sumérgete en ti mismo como en una ilusión de la que no puedes escapar. Cuando despiertes y revises tu obra, deja a un lado la creatividad y empieza con el trabajo duro. Es (según mi parecer) la mejor forma de convertir tus fantasías en historias reales que nunca sucederán.

Ensayo nacido de “Time” de Hans Zimmer, y “Carmen” de Coral C. Morales.