jueves, 21 de febrero de 2013

¡Amor loco!



Loco dicen. El amor es una locura. Te cambia, te hace ser irracional, no ver más allá de la persona que amas. El amor. El amor puede con todo. No importa si estás en la cresta de la ola o en el fondo del pozo más profundo. No importa cuando estás enamorado. Dicen que el amor se acaba pronto y empieza la rutina. Se apaga la llama, se pierde la chispa. ¡Falso! La rutina es parte del amor. Es una prueba constante. La llama no se apaga. La rutina en pareja es como una caldera. Al principio el fuego es intenso y poderoso. Y poco a poco, cuando la estancia se va calentando la llama pierde intensidad. Cuando el calor se estabiliza no se piensa en acrecentar el fuego. No es necesario. Pero la llama de la caldera sigue ahí. Pequeña pero intensa. Siempre a punto para crecer cuando vuelve el frio. Es verdad que cuando estás muerto de frio y entras en una estancia caliente, la sensación de bienestar es máxima. El cambio, la novedad, el placer… parece un sueño. Miras atrás cuando estabas congelándote y disfrutas de la estancia. Y poco a poco te acostumbras. Estás bien. Ya no piensas en el frio. Y poco a poco dejas de pensar en el calor que te inunda y olvidas el frio. Y la llama sigue ahí. Encendida. Esperando pacientemente por si el calor se apaga. Y entonces llegan las dudas. ¿Cómo era el frio? ¿Por qué ya no tengo esa sensación de bienestar cuando paso de un estado a otro? ¿He de salir de aquí para sentirme vivo de nuevo? No. El error es creer que hay que salir para arreglar las cosas. Sales y te congelas. Y quieres volver a entrar. A veces es demasiado tarde. Entras y la estancia está fría. No es como antes. Pero te das cuenta que la llama sigue ahí. Y la prendes con todas tus fuerzas. Y vuelve el calor. El placer de nuevo. Y nunca más te preguntas si el frio era mejor opción. ¡No lo es! Disfruta de la estancia, disfruta del calor constante. Y si el calor mengua aviva la llama. Eso es el amor. Eso es la rutina. La llama es pequeña y necesita muy poco para mantenerse encendida. Y de vez en cuando, sin casi previo aviso, la llama crece. Y la temperatura sube. Y todo es perfecto. El miedo a perder ese calor es el que vuelve loco al enamorado. Y cuando lo pierdes y vuelves al frio, nada tiene sentido. Hay más estancias, más calderas, más llamas… pero solo puedes pensar en una. En la tuya. Tú llama. La llama que sigue ahí. Y haces todo lo posible por volver a prenderla. Ya no piensas en la sensación cálida de pasar de un estado al otro. Solo piensas en la temperatura constante. En el placer de disfrutar de la rutina. Junto a la persona que amas. La llama es de dos. El amor es cosa de dos. Si ninguno sopla y apaga la llama, sigue ahí. Impasible. Esperando dar calor a los que la encendieron.