Javier, abatido tras una dura jornada de trabajo escasamente
gratificante, llegó a casa, se dio una ducha, cenó las sobras de la comida recalentadas al microondas
y se metió en la cama junto a Cintia; su mujer. La abrazó con fuerza y poco a
poco fue olvidando sus punzantes preocupaciones. La calma se apoderó de Javier,
un instante eterno de silencio y tranquilidad en medio del caos que sumía su
vida.
En aquel momento, Cintia volteó su cuerpo, se retiró el pelo
de la cara y besó a Javier en los labios.
-Dulces sueños vida mía –se oyó decir Cintia. No obtuvo
ninguna respuesta. Javier apartó su cuerpo del de su mujer, se levantó de la
cama, abrió el viejo baúl de su abuelo, cogió el fusil del calibre 12 y
esparció los sesos de Cintia por la pared decorando la habitación como la casa
de Wonderland (Sueños rotos).
¿Quién en su sano juicio le desearía, a alguien que quiere,
dulces sueños en los tiempos que corren? Es una temeridad. Los sueños no son
una película que pasa ante nuestros ojos y que podemos apagar o cambiar en
cualquier momento. Los sueños son vivencias espirituales o mentales (llamarlos
como queráis) que, todo y ser personales e intransferibles, pueden verse
afectadas por estímulos externos; y en consecuencia afectar de manera, tanto
positiva como negativa, a nuestra vida. Dulces sueños desean algunos. Malditos
terroristas del inconsciente. ¿Y si, hablando hipotéticamente, después de un “dulces
sueños” desinteresado, te duermes y los vives? : Un mundo de caramelo y
chocolate, un familiar difunto compartiendo una cerveza, una exnovia deseando
darte placer oral, un ascenso o el trabajo de tu vida, ser un gigante y
aplastar a tus enemigos, una fuente inagotable de dinero, conocer las
respuestas a las preguntas más intrigantes de la humanidad, hablar varios
idiomas, aprobar un examen que ni si quiera has estudiado, jugar a la ps3 con
un Ángel de victoria secret… y luego…
¡Pum! Te despiertas como si te dieran una patada en la cara una mañana de
invierno en Moscú. Bienvenido al mundo real. El despertador lleva más de diez
minutos sonando y si no espabilas llegarás tarde allá donde tengas que ir. ¿Quién
quiere volver al mundo real después de un sueño así? ¿Quién desearía causarte
este shock de realidad cada mañana o peor aún, quien desearía que te quedaras
en coma eternamente para que pudieras disfrutar de tus “dulces sueños”? ¡Es de
locos! No hay mejor sensación que despertarte de una buena pesadilla. Pero una
buena, buena. Nada de estar desnudo en un centro comercial u olvidar que tenías
un examen. Hablo de pesadillas de las que acojonan: Caer en un foso lleno de
agujas, que te persiga un oso polar en la sala del esperit del temps, ver a tu novia follando con Charlie Sheen, que
muera un amigo en tus brazos, pillarte los genitales con la tapa de un piano,
tener las manos grapadas a los párpados y oir “que empiece el juego”… ¡Aahh! despiertas
de golpe, sudando, aterrorizado, con el
corazón a punto de estallar; pero en menos de un segundo tienes una grata sensación
de bienestar y das gracias a la deidad que lidere tus creencias por estar en
esta mierda de mundo y no en la matanza de Texas. Nada puede perturbarte ese
día, o como mínimo toda la mañana. ¿Qué es un jefe cabreado o un examen
sorpresa al lado de un Charlie Sheen robótico que se ha cansado de tu novia y
ahora viene a por ti?
Así que ya sabéis niños, si alguien os desea felices sueños,
recordar que no hay pena de muerte en nuestro país.